Si alguna vez caminaste por las playas de La Paloma en verano, seguro escuchaste el sonido inconfundible de una corneta anunciando algo bueno.
No, no es un carnaval improvisado ni un aficionado al fútbol celebrando un gol en la arena. Es Alfonso Pereyra Méndez Blanco, el hombre que, desde hace 25 años, reparte sabor y alegría con sus empanadas.
Lo encontramos en plena tarea, pedaleando con su carro repleto de delicias, bajo un sol que no da tregua.
Un verano que arrancó con viento, pero agarró ritmo
Alfonso ha visto muchas temporadas y sabe que cada una es diferente. «Este año empezó medio lenta por el clima. Mucho viento, algo de temporal… Pero cuando mejoró, la cosa se puso linda, siempre con mucha gente», cuenta mientras mira la playa, como quien la entiende mejor que nadie.
Y es que él no solo vende empanadas, también es un termómetro del turismo. Recorre toda la costa y nota los cambios. «Me sorprendió ver mucha gente nueva, turistas que nunca habían venido a La Paloma. Eso quiere decir que el boca a boca funciona, que la publicidad está dando resultado».
Pero hay algo que no cambia: los fieles. «Después de la locura de los primeros días, se queda el turista de siempre, el que viene hace 10, 15, 20 años. Hay gente que ha venido toda la vida», dice con orgullo. Para él, esa lealtad es una señal clara: «Si cuidamos el lugar, la gente vuelve. La Paloma sigue teniendo esa magia».
La corneta y la máscara: una historia de casualidades
Si algo distingue a Alfonso, además de sus empanadas, es su corneta. Ese sonido particular que se mezcla con las olas y los gritos de los niños. ¿Cómo empezó todo? «Fue de casualidad. Hace unos diez años la compré por curiosidad, como un instrumento, sin pensar en usarla para vender», recuerda.
Pero pronto se dio cuenta de su potencial. «Al principio ni sonido le sacaba, pero después me di cuenta de que era un buen llamador. Todo el mundo que vende algo tiene un sonido propio: el afilador, el de los churros… Yo no podía ser menos».
Y si la corneta ya era un toque distintivo, la máscara de luchador mexicano terminó de completar el personaje. «Fui a México y me encontré con que las máscaras están en todos lados. Es parte de su cultura, sobre todo en Oaxaca, donde hay muy buenos artesanos».
Eligió la de Psycho Clown, un personaje de la lucha libre mexicana. «Es el payaso psicópata del ring, un personaje malo, como los que teníamos nosotros con Martín Karadagián», dice entre risas. Pero no siempre la usa. «En carnaval me la pongo, porque da para el chiste, pero a veces los niños se asustan y empiezan a llorar. Por eso la uso con cuidado».
El pedal y la fuerza de la costumbre
Vender empanadas en la playa no es solo cuestión de sabor, también es un desafío físico. Todos los días Alfonso recorre la costa en bicicleta, empujando su carro. «Nunca me puse a contar exactamente, pero debo hacer entre 8 y 10 kilómetros diarios», dice.
¿Y el ciclismo? No, nunca le interesó como deporte. «Siempre estuvo ahí, pero no lo practiqué», confiesa. Sin embargo, hay algo que sí disfruta: el fútbol. «Juego en el fútbol senior, y de alguna manera me sirve de pretemporada. Después, cuando agarro el carro para vender, es como el caballo cuando le sacan el sulky: ¡salgo disparado!».
El final de una temporada más
Mientras nos despedimos, Alfonso sigue atento a su trabajo. Se ajusta la gorra, agarra la corneta y lanza otro llamado. Al instante, un grupo de veraneantes se acerca con ganas de probar sus empanadas.
Nos da la mano y suelta una última reflexión: «La playa cambia, la gente cambia, pero mientras haya sol, mar y hambre, siempre habrá alguien vendiendo algo rico».
Y así, con la corneta y su eterna sonrisa, Alfonso, que ya es parte del paisaje de La Paloma sigue su ruta, sabiendo que el próximo verano, volverá a estar ahí.